martes, 14 de enero de 2025

LA NOCHE ENTERA

 

            Laura llevaba largos minutos de pie, pegada mirando cómo una polilla chocaba tontamente una y otra vez contra el tubo fluorescente. Yo, sentado en una silla que colgaba del techo, la observaba del revés sin parar de reír. Las cosquillas provocadas por la sangre al correr, hosca por las venas, me tenían algo inquieto, y esa nota disonante que marca por casi seis minutos la línea de bajo en «Mejor día» de Pánico me estaba sacando el cerebro por la nariz, de ida y de vuelta.

 

            Habíamos puesto cartones en las ventanas para que nadie nos espiara. La puerta estaba con llave y además la trancamos con un viejo mueble repleto de revistas y periódicos de otro tiempo, de esos amarillentos que se desarman con tan solo tocarlos. Le quitamos las pilas a los relojes y apagamos los celulares. Quedaron guardados en una cajita chica forrada con un hermoso papel floreado. No había mucho para decir. Por la cabeza se me pasaban constelaciones, auroras boreales de ideas, sendas estrellas fugaces y, de vez en cuando, se asomaban por delante frases de libros que alguna vez leí, pero que ya no recordaba. Luego venían canciones que se apuntalaban brutales en la mente, más crudas y urgentes que ayer. Hasta hubo un breve instante en que, sobre la cama, Charly y sus dinosaurios se peleaban a muerte contra los vampiros de Dënver. Mi cabeza, cada vez más pesada, empezó a sufrir los estragos de la gravedad haciendo que mi cuello se fuera alargando lentamente con rumbo invariable hacia el suelo. Pasé frente a Laura, quien logró desatarse por un breve instante de la polilla y me tiró un beso. Yo le saqué la lengua. No la suya, por cierto, sino que la mía hacia ella en señal de burla. Valga la aclaración, porque esa noche fue extraña. La noche entera.

 

            Cuando al fin mi cabeza aterrizó sobre el piso alfombrado, los pies de Laura bailaban ligeramente sobre su posición. Era una escena tan bella, que meticulosamente la robé y me la atesoré fílmicamente, cuadro por cuadro, milímetro a milímetro. Le puse música mental a su baile, algo lánguido y entusiasta, tal como me sentía en ese momento. Tanto que logré rearmar mi cuerpo, el que apareció en proporciones justas y dimensiones opuestas, derramado sobre el sofá. Laura, quien ya caminaba por las paredes, arrastraba una sombra imperecedera, llena de luces coloridas que no se le despegaban y mordían sus pies. La polilla ahora era una flor, centinela en su cabello. Vino y se sentó a mi lado. Me sacó la lengua. Yo la besé. El tiempo no fue tiempo entre nosotros y fuimos todo lo infinitos que pudimos haber sido a esa hora, justamente a esa hora. Nos expandimos. Nos destrozamos como bestias. Nos devoramos en todas las esquinas, en las posibles y en las improbables. Nos fuimos consumiendo maliciosamente. Nos desmenuzamos centímetro por centímetro, y nos inyectamos, a propósito, una dosis mutua de nuestro propio ser, de nuestras propias almas con toda su alegoría. Desde el techo nos llovían colores aun no creados. Esa noche fue extraña. La noche entera.  

 

            Para ese entonces, la polilla, era casi una mariposa que jugaba a bailar descalza, al menos por un rato no muy largo, mientras recobraba de a poco sus tonos. Sin más, subió encabritada por la pared, hasta que, finalmente logró escapar, colándose por un pequeño agujero que había en el techo. Curioso yo, no recordaba haber visto ese detalle antes. Entonces me acerqué guiado, por algo muy parecido a una energía cósmica. Metí un dedo en la abertura, pasó también la mano y sobre la misma, el brazo. En seguida el otro brazo completo. Luego la cabeza y casi sin darme cuenta estaba parado sobre el techo, desnudo junto a Laura, quien se aferraba firmemente de mi mano. Sobre nuestras cabezas caía, imperturbable, la noche entera, mientras que una gigantesca luna en llamas se hacía cada vez más grande y nos quemaba los ojos. 

 

 

ARAÑAS


Y si hay que dejar el universo atrás,

desconectar los cables que me han drenado 

desde mucho antes de la distensión y el cuentagotas;

cuando el tiempo no existía para mí.

 

Y si hay que establecer repeticiones,

deformar en crudo un zumbido eléctrico

por campos sembrados y dulces, quietos de frío;

con las venas colgadas del relicario

y la sed dando vueltas en círculos.

 

Descansar en las esquinas viendo arañas todo el día,

delicadas, enfrascadas por mi llama.

Descansar en las cortinas mordiendo arañas todo el día,

desarmadas, sumergidas en mi cama.

 

Redes ciegas salen por mis ojos,

la cabeza rueda muerta en la escalera.

No estoy en condiciones de tratarme, ni siquiera, un poco bien.

No estoy en condiciones de tratarnos, aunque sea, alejadamente bien.

 

Negro oscuro, astro profundo y ansioso;

la noche, en su infinito pavor,

busca mil soles invertidos bajo mis pies.

Azul marino, escampada la ventisca,

retrocede por cornisas y paredes, deja marcas, casi huellas,

sombras enterradas en altamar:  ese de alma fría y tan vacía,

de domingos fotografiados, de tonos blanco invierno, escala de grises;  

una tromba de tiempo espeso que me da la espalda.

 

De cazador a presa, de correr a arrastrarse bajo las piedras,

las raíces enredadas, hormigueo constante,

seda que de a poco me adormece.

 

Pronto estaré vacío por dentro, pellejo al viento,

desecho, orgánico y desperdiciado,

abono, en algún rincón de algún jardín,

olvidado, ausente, desperdigado sin ningún afán.

 

 

PIANITO BARROCO

 

Una copa de vino a medio vaciar,

quién sabe cuánto tiempo lleva acá;

la botella, en tanto, volteada bajo la mesa

no alcanzó a derramar toda su sangre en la alfombra.

Dos moscas se cortejan a toda velocidad

repartiendo su afán sobre el mantel manchado.

Verduras y frutas descompuestas

se revuelcan en una canasta, coreográficamente,

desfilando sus nuevos trajes fúngicos.

Un poco de sopa desahuciada, descansa en armonía,

insospechada tras la tapa de una olla.

«Ojalá nadie me descubra», piensa,

mientras sus manitos cavan en la trinchera correcta.

 

Un bosque austral de ropa tirada por el suelo.

Zapatos que enmudecieron con el pasar de los días

abren paso a inoportunos cordones montañosos,

cumbres espesas y molestas que lastiman la mirada.

La cama expuesta como un lienzo, no es mero pretexto,

es pretérito imperfecto en todo su esplendor,

con toda la magia y con todas sus letras.

Pero cuidado, hay que irse con calma,

pues su arte es despiadado, insurrecto,

como aquella última vez en que el amor, todo insolente,

pasó por acá, repartiendo espasmos.

 

Una canción bitlera y afrancesada

brota a toda prisa por una radio destartalada,

lleva largas temporadas aguantando las ganas; 

y justo ahora, solo pienso en paradojas,

la cabeza gira a 33 1/3 RPM;

las ideas vuelan raudas y rasantes,

como tú y esta madrugada.

 

La pared ventila los secretos que empolvó por siglos.

 

Fotografías disparan, descifran rostros añejos, 

obsoletos para este y todos los tiempos;  

festinan las andanzas, y las tardes de verano,

los paisajes suculentos, los laureles,

los sauces, el llanto y sus sombras,

la noche intacta, muda entre la arboleda; 

chiquillos consumidos por el paso del tiempo.  

La luz y la vida—tanta vida que entibió las venas— 

miran, enjuician y escupen al unísono,

sufren por las malas decisiones que, todavía,

siguen amontonadas detrás de cristales y uniformes.

 

Un bostezo—o quizá una brisa de aire fresco—

entra liviana por la ventana de la cocina.

Viene improvisando, a la antigua,

con los acordes diáfanos de un pianito barroco;

me toca el alma, su color es tan familiar.

 

Por aquí la vida pasó hace años,  

parece un siglo, un siglo en el abandono;

y los besos cálidos que, en otra época,

pintaron tan felizmente, en tonos radiantes las escaleras,

se fueron enfriando con la misma rapidez que,

justamente ahora, nos cambia el curso del viento.

 

 

 

viernes, 10 de enero de 2025

LAS AGUAS - (Mención Honrosa 9° Concurso de Poesía Lucila Godoy Alcayaga: Campesina Nuestra - 2024)

 

Agua,

ahora simplemente soy de agua; 

un viaje imperecedero 

que, de la noche a la mañana, 

como torrente ancestral

cruza por orillas imprudentes, 

encumbrado diáfano

para amanecer rendido,

siendo aquella llovizna

que lava tus pies.

 

¿Qué va a ser de nosotros esa penosa madrugada, 

cuando ya no vengas a saludar?

 

Puede que pasemos al olvido,

con los extremos descoloridos

y cansados de buscar

aquellos causes milenarios

con los que tantas veces

nos apaciguaste la sed; 

esos por donde solías transitar,

libre, calmado, colmado, 

con el alma al viento,

chorreando la vida

por llanuras, valles y humedales.

 

Puede que seamos sombra

en las alturas del tiempo, 

consumiendo el aire

mientras intentamos

recordar cuándo y dónde

solía residir aquella inmensidad

que alguna vez se llamó

simplemente mar; 

con los ojos alargados

y las ideas malgastadas,

trazaremos líneas inexactas,

colorearemos contornos imaginarios

con tonos que ya no existirán,

porque será muy tarde,

y no recordaremos

absolutamente nada.

 

¿Qué va a ser de nosotros esa oscura tarde, 

cuando ya no pases por este lugar?

 

¿Quién ira a saber,

dónde encontrarán refugio

aquellas bocas lascivas,

tan entregadas, tan cómplices 

y que arrimadas

al secreto de tus orillas confidentes 

de río volcánico,

de mar desbocado,

de lluvia sin argumentos, 

sobrevivieron mil veces

aturdidas por tanto amor?

 

¿Dónde encontrarán cobijo

tantas criaturas huérfanas

que descansan en tus años, 

en tus confines, en tus posadas, 

y todo cuanto fluye bajo tu manto?

 

¿Acaso hay alguna forma

de dar la vuelta atrás?

Es necesario, es imperioso

que me cuentes tu secreto. 

Porque no siempre voy a estar,

y soy poco más que perecedero,

me agoto con la rapidez de la sal,

y quiero tener la certeza

de que vas a estar bien.

Necesito irme en paz,

sabiendo que pese a todo

algo estamos haciendo bien. 

 

El futuro esplendor,

las lluvias del sur,

los fiordos australes 

y la furia de los ventisqueros

abren su caótico cause

a través de estas venas,  

y siento que estoy más vivo que ayer,

porque hoy, ya soy agua. 

Porque ahora,

simplemente soy de agua.

 

 

LA NOCHE ENTERA

              Laura llevaba largos minutos de pie, pegada mirando cómo una polilla chocaba tontamente una y otra vez contra el tubo fluore...